¿Te cuesta sentarte a meditar?




Vivimos en una sociedad muy competitiva en la que abundan los plazos de entrega, los horarios apretados y mil y un  quehaceres. En muchas ocasiones nos resulta muy difícil, por mucho que lo establezcamos como un objetivo y lo planifiquemos, sentarnos a meditar. Si en un arrebato de inspiración conseguimos empezar a realizar algún ejercicio, al poco nos preguntamos  si ha sido una buena idea y si no deberíamos estar haciendo o adelantando alguna cosa de las muchas que tenemos que hacer en vez de estar ahí parados, "sin hacer nada".




Como ya he comentado en varias ocasiones en este blog, el mindfulness no trata de sentarse en una determinada postura, o respirar de una determinada manera e incluso de realizar un determinado ejercicio. De todos los ejercicios destinados a su práctica, lo que se pretende con la mayoría de ellos, no es que te vuelvas un experto realizándolos, sino más bien que el hecho de practicar técnicas de atención plena de forma "más o menos aislada" de nuestras rutinas y vida diaria, sea la antesala para que se produzca un proceso de transferencia de los principios de la práctica a nuestro día a día.

¿Y qué tiene que ver esto con la dificultad para sentarse a meditar?

A donde quiero llegar es a que, en nuestras vidas, hay  momentos o temporadas  en las que probablemente no seamos capaces de sentarnos a meditar ya sea  porque realmente tenemos muchas cosas que hacer o bien porque simplemente nos sentimos demasiado inquietos o intranquilos. La idea aquí es que cada etapa tiene lo suyo. Los procesos y las circunstancias a las que nos vemos sometidos son diferentes en cada una de ellas y, por consiguiente, dan lugar a comportamientos e incluso hábitos o rutinas diferentes. El simple hecho de observar nuestro presente, nuestro día a día, de forma amable y abierta, es ya mindfulness. Probablemente esto se acerque más a lo que se pretende conseguir a través de la práctica de la atención plena  que realizar ejercicios aislados de forma esporádica, puesto que al igual que ocurre en la  ciencia, realizar experimentos en ambientes controlados en un laboratorio hace que sea probable  que los resultados que se obtengan no sean del todo válidos en un ambiente más real y natural, donde probablemente actuarán más factores y procesos.

Sin embargo, estos experimentos aislados no son del todo inútiles, porque nos permiten asimilar y comprender los principios que rigen la práctica. Esto se ve muy bien a la hora de practicar muchas disciplinas o deportes, como la natación. Muchas personas, entre las que me incluyo, nadadores inexpertos, al empezar a observar de forma detenida nuestro estilo de nado,  nos damos cuenta de qué partes del cuerpo llevan las rienda  y qué otras  intervienen de forma secundaria o nula, ya sea por debilidad de determinados grupos musculares o por vicios adquiridos tras años de "malnadar". Sin embargo el trabajar esas zonas de formas aislada, y poco a poco ir incorporándolas a nuestro nado hará que todo suponga menos esfuerzo, nos hará sentirnos más livianos y nos permitirá nadar durante más tiempo.





Por tanto y para acabar, si estás pasando por una de esas etapas donde te resulta muy difícil sentarte tranquilo a meditar, no te preocupes, intenta aplicar la práctica directamente a tu vida. Observa atentamente cuando realices actividades cotidianas como lavarte los dientes, cocinar o fregar los platos. Presta atención abierta y sin prejuicio, y cada vez que te descubras distraido, vuelve a dirigirte conscientemente hacia la tarea que estés realizando. Si en algún momento te ves capaz de sentarte y realizar algún ejercicio por poco tiempo que sea, perfecto. En la práctica del mindfulness todo suma pues cada granito de arena que ponemos cada vez que atendemos plenamente a la experiencia contribuye a que con el tiempo llevemos una vida mucho más consciente, atenta, compasiva y abierta a todo tipo de experiencias y emociones.




Mario.


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